miércoles, julio 6

Ajustes de photoshop Cs4

A la hora de arreglar cualquier foto, aquí teneís la ayuda del Cs4 que os servirá en todos los posibles caos.
Recordar que a veces con dos pequeños ajustes es suficiente, y que hay que intentar hacer bien las fotos, y olvidarse del dicho " luego lo arreglo con photoshop".
el Pdf del cápitulo 7 os lo doy en clase para que lo guardeís en vuestro pendrive.

Pero lo podeís encontrar en este otro blog.

miércoles, mayo 11

jueves, mayo 5

Editorial libros diseño y fotográfia

Para Alberto que me lo pidio ayer: La mejor editorial desde la recomendación de Katiuskas sería Gustavo Gilli, si podeís no os perdáis su revista Etapes.

miércoles, abril 6

jueves, marzo 10

viernes, marzo 4

Ajustes en Photoshop

Hoy vimos los Ajustes.
Pestaña principal de Photoshop para arreglar las fotos.
 Hacer un ejercicio con cada uno de los ajustes para aprender el manejo de la herramienta.

jueves, marzo 3

Lista de ejercicios del curso

  1. Kitty
  2. Reflejo
  3. Don gato
  4. Looney tunes
  5. Lazo magnetico*
  6. Ratatouille
  7. Formas básicas
  8. Máscara de capa
  9. Editorial del texto del perro
  10. Clonar
  11. Sombrilla
  12. Enfocar, desenfocar...
  13. Cartel
  14. Invitación
  15. Maquillaje
  16. Fusión capas
  17. Duotono
  18. Filtros en capas
  19. Filtro en movimiento
  20. Año de los bosques 2011*
  21. Ajustes
  22. Fusión
  23. Retoque foto antigua
  24. Estilos de fusión
  25. Orla
* no son obligatorios

    Fusionar capas en Photoshop

    viernes, febrero 25

    Herramientas para bloggeros de Blogger

    Un enlace que nos recomienda Jose, con muchisssssisimos trucos sobre Blogger.
    Visitarlo para ampliar cositas en vuestro blog.

    Libro recomendado

    Os dejo la imagen del libro de Photoshop que os puede interesar.
    Ya van por el Cs5, pero supongo que no ser´muy distinto.
    Aprender Photoshop CS4
    100 ejercicios prácticos
    Ediciones: marcombo.

    jueves, febrero 24

    China anima el 15º aniversario del festival Animac

    No se lo pierdan.

    La Dansa del Llop / Animac'09 (long) from carles porta on Vimeo.

    Editorial de un artículo de prensa

    ELVIRA LINDO
    21/06/2009
    Mi perro es bastante viejo. Casi dieciséis años. Hace casi dieciséis años iba yo zascandileando por Chueca cuando vi en la jaulilla de una pajarería un yorkie diminuto, más parecido a un murciélago que a un perro. Lo compré. Yo no sabía mucho de perros hasta entonces. Ahora sé casi todo. Tras años de estrechísima convivencia (me ha seguido con admiración en todas mis actividades diarias, sin exclusión) casi me atrevo a decir que nadie me ha querido tanto como él. No hay cariño de un hombre que se ponga a la altura de semejante enamoramiento.
    Algunos lectores, cuando ven un artículo de animales, pasan la página. Es una aspereza típicamente española
    Hay algo tan digno en su vejez, esa capacidad para convertir las limitaciones físicas en placidez contemplativa
    Las visitas han sido testigos de la fascinación que el pequeño murciélago ha sentido siempre por mí. Me sentaba a comer y me miraba desde abajo como diciendo, “mírala, qué bien mastica”. Me echaba la siesta y él se la echaba conmigo; debía de presentir el momento en que yo iba a abrir los ojos porque, cuando me despertaba, lo primero que encontraba eran los ojos negros bajo el flequillo perlado. Tampoco me quitaba ojo mientras escribía columnas, novelas, guiones, “no hay otra como ella -parecía pensar-, algún día, este país le dará el lugar que le corresponde: el Parnaso”. Sé que hay lectores que considerarán pueril mi relato. Lo asumo. Si Hitchcock abominaba de rodajes con perros y niños, también hay lectores que en cuanto ven que un artículo se llena de animales, pasan la página. Que la pasen. Es una aspereza típicamente española. Ésa es una buena razón para hojear de vez en cuando la prensa internacional. El otro día, en The Washington Post, venía un extracto conmovedor de Old Dogs, de Gene Wengarten y Michael S. Williamson, un ensayo sobre la experiencia de convivir con perros viejos. Uno de los autores recuerda con nitidez el día en que sintió que su perro comenzó a envejecer. Yo también lo tengo fechado: mi perro se hizo viejo el primer invierno que pasó en Nueva York. En otoño, la ciudad le volvió loco. En contraste con los educadísimos perros neoyorquinos, el mío, iba cruzándose de lado a lado de la acera, queriendo atrapar todos esos olores a mierda de las alcantarillas, a flores de los coreanos, a esas bolsas enormes de comida que tiran por la noche y en la que, si te fijas con atención, ves moverse a las ratas por debajo del plástico negro. Pero llegó el frío hiriente, ese que te quema la cara y te agarrota las manos, y el pobre empezó a andar de puntillas como un Chiquito de la Calzada a cuatro patas. Sucumbí ante eso que hasta hacía un año me parecía una bobada anglosajona: el abriguito. Y es que un perro de Chueca no estaba hecho para esos hielos. Tampoco para los calores agosteños. Recuerdo una mañana ardiente de verano, tras hacerle andar cinco kilómetros por la avenida Madison, que el pobre se me desparramó en el charco de agua que se forma bajo los quioscos de flores y ya no hubo manera de que anduviera. Me lo llevé a casa en brazos con la pelambre chorreando. Ay, esos mis primeros tiempos de soledad. Él provocaba que me saludaran los niños y las viejas. Alguna vez que nos ausentamos de la ciudad, vivió en casa del escultor Leiro y se convirtió en un personajillo querido y célebre entre los vecinos de aquella zona de Tribeca. Sí, yo presentía que se estaba haciendo viejo. Al principio fue un cambio sutil. De joven, había sido como ese chihuahua argentino del chiste que vive en Alemania y le dice a otro perro, “yo en mi país era un dóberman”. Él siempre se había considerado un dóberman. Era mi perro de defensa, no es broma. En cuanto llegaba alguien a casa esos cinco kilos se enredaban entre las piernas de la visita, que se quedaba atónita, aturdida. Pero ese espíritu chulesco se fue aplacando; a esta nueva paz contribuyeron la ceguera y la sordera. Pero en vez de reaccionar con frustración y tristeza, como haría un ser humano, mi perro viejo fue optando por la tranquilidad de espíritu. Ahora, no me cabe duda, es un sabio. En verano encuentra el rincón más fresco, en invierno el rayo de sol más sabroso; no tiene prisa por levantarse, si tú te levantas a las doce él se levanta a las doce, si tú te levantas a las ocho él se levanta también a las doce; ya no quiere alejarse más de cien metros de casa, cuando llega a la esquina, se da media vuelta y da por finalizado el paseo; prefiere dar paseíllos por el patio, como si fuera un jardinero experto, disfrutando del olor de cada hoja; y si se mea (lo que ocurre con cierta frecuencia) ya no corre a esconderse bajo el sofá con miedo a ser castigado. Cuando te ve acercarte con la fregona, te mira como diciendo, “tengo derecho a mearme, soy un viejo incontinente”. Un amigo me dijo un día, “me encantan los perros, pero no los tengo porque su ciclo de vida es demasiado corto”. Es cierto. Pero hay algo tan digno en su vejez, esa capacidad para convertir las limitaciones físicas en placidez contemplativa, que su actitud se convierte en una lección diaria. Cierto es que a veces echo de menos esa adoración sin límites que le hacía mover la cola sólo por el hecho de que yo le mirara. Hemos cambiado los papeles, ahora soy yo quien de vez en cuando se acerca a su cojín. Le miró esos ojos como canicas que miran sin ver y le digo, “cuánto te admiro”. Y él ronronea, entiende mi admiración. Es un viejo con la autoestima por las nubes.